14 de febrero 2013
Hola nena,
Espero que hoy sea el primer día del resto de
nuestras vidas juntos. Pero antes que nada, hay mucho de lo que tenemos que
hablar. Tanto que tenemos que decir.
Y lo haremos, porque, al menos que tú me pares y me
eches de tu vida, esta vez, no voy a parar hasta que seas mía. No voy a meter
la pata esta vez.
Hay tres cosas importantes que debo decirte. Tres
cosas que debes saber. Sobre todo lo demás, podemos hablar cuando sea, porque
si hago esto bien, tendremos el resto de nuestras vidas para hacerlo.
En primer lugar. Lo siento.
No tengo palabras para expresar lo mucho que lo siento.
Siento como te traté.
Siento como te hablé.
Siento como me comporte contigo.
Siento como actué a tu alrededor.
Podría seguir y seguir.
Y la peor parte es que yo realmente no tengo ninguna
explicación de por qué hice lo que hice. Solo sé que cada vez que te veo,
pierdo la razón. La necesidad de hacerte mía me nubla el razonamiento y el
sentido común.
Sólo puedo esperar me puedas perdonar y tal vez,
posiblemente, olvidarlo.
Y te puedo asegurar que voy a luchar para que me
perdones y para que te olvides. Todos. Los. Días.
En segundo lugar, tengo que darte las gracias.
Si no hubiera sido por ti, que te quedaste a mi lado
en el hospital, no habría salido de allí con vida. Esto es un hecho, hasta los
médicos lo saben. No fueron ellos los que me salvaron. Fuiste tú.
Me has salvado la vida, me has curado. Tú me
trajiste de vuelta.
Voy a estarte agradecido por eso todos los días de
nuestra vida juntos.
La tercera cosa que tengo que decir, no la puedo
escribir. Al menos no la primera vez. Tengo que decirte las palabras, para que
puedas mirarme a los ojos y saber que estoy diciendo la verdad, que lo que
siento es real. Siempre fue real.
Ha sido real desde el día en el que nos conocimos.
Supe allí mismo, en ese mismo momento, incluso si
mis acciones no lo han demostrado, que te necesito en mi vida.
Sólo puedo esperar que sientas lo mismo y que me
permitas mostrarte durante el resto de nuestras vidas, exactamente lo real que
es esto.
Ahora, date la vuelta y mírame a los ojos para que
por fin te pueda decir que...
Ella levantó la vista en estado de shock al ver una
gran sonrisa en su rostro, a la vez que él terminó de cerrar la pulsera de amor
alrededor de su muñeca.
- Te quiero. Señorita Sheena Stewart. Yo, Damian
Alessandri, te quiero.
Sus ojos se abrieron y ella no reaccionó. Ni
siquiera parpadeo.
La sonrisa de Damian comenzó a desvanecerse. ¿Había
cometido un error?
- ¿Esto es de verdad? ¿Lo dices en serio?
- ¿Pero tú has leído la carta? Sí mi amor, lo digo muy
en serio.
Ella se lanzó hacia él y cogió la cara entre las manos.
- Te quiero tanto. A pesar de que me has vuelto
completamente loca. Y no en el buen sentido.
- Lo sé, lo sien...
Ella puso un dedo en sus labios.
- No más disculpas. Borrón y cuenta nueva. Empezamos
desde cero, tú y yo, aquí y ahora.
Él asintió con la cabeza, besando su dedo.
- Pero ahora es el momento de ver si yo puedo volverte
loco a ti.
- ¿Qué?
- Vete al salón y espérame en el sofá. Ahora mismo
voy.
Él hizo lo que ella le había mandado y la esperó
impaciente, con su pierna escayolada apoyada sobre la mesa. ¿Qué demonios
estaba haciendo?
¿Estaba empaquetando sus cosas para irse, como un
castigo o algo así?
¿Había empezado a leer las demás cartas y se había distraído?
¿Tal vez...?
El ruido de unos tacones salió desde su dormitorio y
se giró para mirar.
Jo-der.
Casi se corre ahí mismo.
Sheena llevaba puesto el conjunto de lencería rojo, unos
zapatos de tacón alto y la pulsera del amor.
Nada más.
Se puso de pie delante de él con orgullo y dejo que la
mirara de arriba abajo.
- Bueno que, ¿te gusta lo que ves?
Él negó con la cabeza, la boca demasiado seca para hablar.
- ¿No?
- No.
Se acercó a ella y puso las manos en sus caderas
para tirar de ella hacia él, haciéndole que se colocara sobre él a horcajadas.
- Me. Encanta.
Su sonrisa de alivio era adorable. Sus pulgares
acariciaron su piel desnuda, causándole escalofríos.
- ¿Es esto lo que tenías en mente cuando lo compraste?
Negó de nuevo.
- Es mucho mejor.
Ella sonrió seductoramente y movió sus caderas sobre
la rígida longitud de su pene.
Él siseó.
- ¿Tu pierna está bien, te molesta?
- Esta mejor que bien.
- Genial. ¿Sabes, Damian?
- ¿Hmmm?
- Ahora eres mío.
- Siempre lo he sido.
- No quiero más malos entendidos entre tú y yo. Si
tienes algo que decirme, sea lo que sea, me lo dices. No más diarios y esconder
lo que realmente sientes.
- Lo mismo te digo.
Ella asintió y volvió a hacer ese balanceo de sus
caderas encima de él.
- Y ya que vamos a ser sinceros el uno con el otro a
partir de ahora, creo que deberías saber que... voy a hacerte el amor.
Damian gruño.
- Después de eso, voy a dejarte descansar, sólo un ratito,
y después de eso, voy a hacerte el amor de nuevo. Y luego otra vez... y otra
vez... Hasta que te canses de mí.
Él la besó apasionadamente.
- Nunca me cansare de ti. Jamás. Eres mía, para
siempre.