domingo, 16 de junio de 2013

Un amor inolvidable - Capítulo 8


- Que empiece por el principio…Vale. Bueno cuando yo tenía 6 añitos…
- Vale ya Campanilla, esa parte me la sé.
- Está bien, está bien.

Silvia cerró los ojos, como para darse fuerza.

- Cuando nos estábamos haciendo mayor, pues yo note que tú estabas cambiando tu actitud hacia mí, y eso me daba miedo. Me daba mucho miedo.

Silvia espero a que Dani dijera algo, hiciera algún comentario, pero simplemente estaba mirándola, esperando a que siguiera hablando.

- Tenía miedo, bueno, porque no quería perderte. Eres… bueno eras mi mejor amigo y yo quería que las cosas se quedaran como siempre. Que pudiera abrazarte sin sentir vergüenza o que pudiera hablar contigo sin sonrojarme.

Daniel hizo una mueca. Ahora mismo estaba avergonzada y sonrojada, parecía que no hubiese cambiado mucho. Estaba jugando con la comida de su plato y no paraba de desviar la mirada.

- Bueno y cuando, pues cuando me besaste…
- Nos besamos

Silvia levanto la vista.

- Si eso, cuando nos besamos, pues estaba bien, me gusto, pero entonces pensé que los amigos no hacían eso y bueno, pues… ejem…se me fue la mano. Me asuste, y no pensé lo que hice, por lo que te di aquella… bofetada. Lo siento. ¿M…me puedes perdonar?

 
Daniel tenía la sonrisa ladeada, Silvia estaba completamente adorable mientras intentaba disculparse. Sin embargo, todavía no le había pedido disculpas por la peor parte, por aquel día en el que le partió el corazón delante de toda esa gente…

 
6 años antes…

Daniel estaba avergonzado, Silvia se había encerrado en su habitación por su culpa, y llevaba allí desde el viernes. La escuchaba por las noches en la cocina, buscando algo de comer, pero en cuanto el se acercaba, salía corriendo otra vez.

Y ya era lunes, hoy llegaban los padres de Silvia de sus vacaciones. Dios mío, ¿cómo les iba a explicar todo esto? Tenía permiso de Eduardo para ‘salir’ con su hija, el jamás había escondido sus sentimientos y necesitaba que el aprobara su relación con Silvia.

- Claro hijo, si yo sé lo que sentís el uno por el otro, aunque ella sea tan testaruda como su padre, y lo niegue. Así que tu tomate tu tiempo, trátala bien, y tarde o temprano, ella se dará cuenta de lo que siente.

 Ahora él le había hecho daño, había ido demasiado rápido demasiado pronto. Pero es que ya llevaba tanto tiempo esperando… y los labios de Silvia eran tan suaves…

Miro el reloj y se dio cuenta de que tenía que ir al aeropuerto a recoger a Eduardo y Marta. Llamo a la puerta de Silvia, pero por supuesto no hubo respuesta.

- Campanilla, tengo que ir a recoger a tus padres.

Seguía sin responder.

- ¿Quieres venir para verlos?

Nada. Daniel suspiro, la podía escuchar de moverse, así que sabía que estaba bien, pero le dolía que ella lo tratara así, aunque se lo mereciera.

- Estaremos aquí en unas horas ¿vale?

Como seguía sin responder, Daniel se fue.

En el aeropuerto, saludo a Eduardo y Marta, que no preguntaron por su hija aunque si vio como intercambiaban una mirada de preocupación. Conocían muy bien a Daniel y sabían que él se los contaría cuando estuvieran fuera del aeropuerto abarrotado.

Efectivamente, cuando ya estaban en el coche, hablo.

- Eduardo, Marta, me temo que he hecho daño a Silvia.

Los miro por el retrovisor.

- Y ahora no se qué hacer para que me perdone.
- ¿Que has hecho, hijo?

En la voz de Eduardo no había enfado, ni decepción. Solo comprensión. Así que Daniel les conto toda la historia.

-…y supongo que no quería quedarse encerrada conmigo en el coche. Por esa razón no ha venido a recibiros. Lo siento mucho.

Parpadeo muchas veces, tenía ganas de ponerse a llorar como un crio, aunque se aguantaba. Tenía que tranquilizarse. Eduardo y marta estuvieron callados un tiempo, hasta que Marta hablo.

- Tú quieres a mi hija ¿verdad?

Daniel suspiro y cerró un momento los ojos.

- Ella es mi vida, Marta. No sé qué haría si ella no quisiera estar conmigo. Es el aire que respiro, la luz que me ilumina, y todas esas cosas que suenan cursis, pero que hacen que se me llene el corazón de amor, solo al pensar en ella. No sé ni cómo describir como me he sentido estos días, al pensar en el daño que le he hecho.

Marta le dio un golpecito afectuoso en el hombro, y tenía una sonrisa misteriosa en la cara.

- Tu dale tiempo cariño. Ella sola se dará cuenta de que te necesita. Tu dale unos días y ya lo veras.


Cuando llegaron a la casa Silvia los estaba esperando y actuó como si nada, aunque, solo con sus padres, a él lo seguía ignorando.

Daniel decidió confiar en la palabra de Marta y los días siguientes se dedico a preparar una fiesta sorpresa para Eduardo y Marta, que llevaban 20 años casados. Se lo había comentado a Silvia antes de meter la pata, y ella le ayudaba, aunque sin hablarle.

Cuando por fin llego el gran día, Eduardo y Marta estaban increíblemente sorprendidos y contentos y abrazaron a Daniel y a Silvia, muy emocionados.

Estaban todos los amigos de Eduardo y Marta, así como familiares y vecinos que habían venido todos para celebrar este día tan especial. Todos conocían a Daniel y Silvia, y esperaban que algún día estuvieran juntos, por eso cuando le preguntaban que ‘cuando iba a ser la boda’ o ‘para cuando les iban a dar unos nietos a Eduardo y Marta’, el simplemente sonreía, y levantaba los hombros, en señal de que no lo sabía.

Sabía que a Silvia le estarían preguntando el mismo tipo de cosas y se le veía más enfadada por momentos.

Fue en su busca para ver cómo estaba y decirle que no dejara que le afectara porque iba a estropear la fiesta de sus padres. Cuando la encontró, vio que estaba hablando con una de las amigas de Marta.

- Pues es un chico muy bueno hija, deberías de casarte ya, antes que te lo quiten - el comentario de la mujer, no le hacía gracia a Silvia que echaba chispas por los ojos. Ella lo estaba mirando a él, y cuando la mujer se fue y él se acercó.

- Campanilla…

Fue como si estallara una bomba.

- ¡No soy Campanilla! ¡Me llamo Silvia! ¡Silvia!

Estaba hablando tan alto que todo el mundo a su alrededor se quedo en silencio.

- No quiero casarme contigo, ni quiero tener hijos tuyos – no siento nada por ti. ¿Te enteras? ¡Nada!

Todo el mundo estaba paralizado viendo como esa chica tan educada y calladita, perdía los estribos. Ni siquiera sus padres se atrevieron a moverse.

- Hablas de comprar una casa y vivir juntos, como si yo quisiera algo así contigo. Pues entérate Dani ¡no quiero!
- Silvia cariño…

Su madre se acercó con cuidado.

- No mama, no lo defiendas, no digas nada. Esto es entre él y yo.

Su madre lo miro preocupada.

- ¿Crees que quiero algo más que tu amistad? ¡Pues te equivocas!

La gente empezaba a hablar y mientras tanto Daniel aguantaba estoicamente todo lo que Silvia le gritaba. Estaba al borde de la histeria, y no sabía muy bien como tranquilizarla. Estaba empezando a llorar.

- Estoy harta de que intentes seducirme, de que me beses – ¡no me gustan tus besos y no me gustas tú! Te odio Daniel, te odio con todas mis ganas. ¡Daniel te odio!

Eso fue lo último que dijo antes de salir corriendo. El no se movió, no podía. Su corazón se acababa de partir en mil pedazos delante de por lo menos 100 personas. Intuía que Marta y Eduardo habrían ido detrás de Silvia, pero él no sentía nada, no veía nada.

No podía pensar más que en el dolor atroz que le recorría el cuerpo. Y aun así, la preocupación por Silvia, le hizo reaccionar.

- Les pido disculpas por lo que acaba de pasar.

La multitud lo miraba con curiosidad y lastima, como si estuvieran esperando que se derrumbara. Todos sabían lo que él sentía por Silvia, y podía sentir sus miradas de pena y compasión. Se aclaró la garganta.

- Silvia ha estado muy estresada por esta fiesta y creo que los nervios han podido con ella. Les pido disculpas por la interrupción y les ruego que continúen disfrutando de la fiesta. Gracias.

La gente continuo cuchicheando, mientras el intentaba actuar con normalidad, aunque las piernas apenas le sostenían. No quería arruinarles la fiesta a Eduardo y Marta, más de lo que ya lo estaba. Podía sentir las miradas de la gente, pero al cabo de un rato, como el no daba signos de venirse abajo, la fiesta volvió a la normalidad. Cuando Eduardo y Marta volvieron a la fiesta, el se les acerco antes de que otra persona lo hiciera. Se dirigió a Marta, - Está bien?

- Si hijo, Silvia está bien. Un poco avergonzada y triste, pero bien.

Que todavía le llamara hijo, le dolía. No se merecía esto. Su cara debía decirlo todo, porque Eduardo añadió - No dejes que te afecte hijo, ella te quiere, pero esta confusa, y todavía no sabe…

- No os preocupéis por mí.

Tenía que parar a Eduardo antes de que empezara a decir que Silvia no hablaba en serio.

- No pasa nada, ¿vale? La he agobiado. No volverá a pasar.

Todos sabían que Silvia no quería saber nada de él, y ahora tenía que curarse las heridas y obligarse a olvidarla para poder seguir con su vida. Aunque dudaba que alguna vez lo pudiera lograr.

Aquella noche, se mudo a su casa recién comprada. Y aquella noche se prometió que nunca más volvería a intentar estar con ella. O intentar seducirla o ninguna otra cosa para acercarse a ella. Aquella noche se obligó a olvidarla. Aunque todavía visitaba a Marta y Eduardo regularmente, era una tortura saber que Silvia estaba allí, y no poder hablar con ella, no poder verla. Eso lo estaba matando. Varias semanas después le pidió el traslado a Eduardo.

Pensó que si no la tenía que ver, si no la tenía tan cerca, se olvidaría de ella. Aunque pronto se daría cuenta de que ni el tiempo ni la distancia, ni siquiera la voluntad, podían hacer que se olvidara de Silvia.

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