- Que
empiece por el principio…Vale. Bueno cuando yo tenía 6 añitos…
- Vale
ya Campanilla, esa parte me la sé.- Está bien, está bien.
Silvia cerró
los ojos, como para darse fuerza.
- Cuando
nos estábamos haciendo mayor, pues yo note que tú estabas cambiando tu actitud
hacia mí, y eso me daba miedo. Me daba mucho miedo.
Silvia
espero a que Dani dijera algo, hiciera algún comentario, pero simplemente
estaba mirándola, esperando a que siguiera hablando.
- Tenía
miedo, bueno, porque no quería perderte. Eres… bueno eras mi mejor amigo
y yo quería que las cosas se quedaran como siempre. Que pudiera abrazarte sin
sentir vergüenza o que pudiera hablar contigo sin sonrojarme.
Daniel
hizo una mueca. Ahora mismo estaba avergonzada y sonrojada, parecía que no
hubiese cambiado mucho. Estaba jugando con la comida de su plato y no paraba de
desviar la mirada.
- Bueno
y cuando, pues cuando me besaste…
- Nos
besamos
Silvia
levanto la vista.
- Si
eso, cuando nos besamos, pues estaba bien, me gusto, pero entonces pensé que
los amigos no hacían eso y bueno, pues… ejem…se me fue la mano. Me asuste, y no
pensé lo que hice, por lo que te di aquella… bofetada. Lo siento. ¿M…me puedes
perdonar?
Daniel
estaba avergonzado, Silvia se había encerrado en su habitación por su culpa, y
llevaba allí desde el viernes. La escuchaba por las noches en la cocina,
buscando algo de comer, pero en cuanto el se acercaba, salía corriendo otra
vez.
Y ya era
lunes, hoy llegaban los padres de Silvia de sus vacaciones. Dios mío, ¿cómo les
iba a explicar todo esto? Tenía permiso de Eduardo para ‘salir’ con su hija, el
jamás había escondido sus sentimientos y necesitaba que el aprobara su relación
con Silvia.
- Claro
hijo, si yo sé lo que sentís el uno por el otro, aunque ella sea tan testaruda
como su padre, y lo niegue. Así que tu tomate tu tiempo, trátala bien, y tarde
o temprano, ella se dará cuenta de lo que siente.
Ahora él le había hecho daño, había ido
demasiado rápido demasiado pronto. Pero es que ya llevaba tanto tiempo
esperando… y los labios de Silvia eran tan suaves…
Miro el
reloj y se dio cuenta de que tenía que ir al aeropuerto a recoger a Eduardo y
Marta. Llamo a la puerta de Silvia, pero por supuesto no hubo respuesta.
- Campanilla,
tengo que ir a recoger a tus padres.
Seguía
sin responder.
- ¿Quieres
venir para verlos?
Nada.
Daniel suspiro, la podía escuchar de moverse, así que sabía que estaba bien,
pero le dolía que ella lo tratara así, aunque se lo mereciera.
- Estaremos
aquí en unas horas ¿vale?
Como
seguía sin responder, Daniel se fue.
En el
aeropuerto, saludo a Eduardo y Marta, que no preguntaron por su hija aunque si
vio como intercambiaban una mirada de preocupación. Conocían muy bien a Daniel
y sabían que él se los contaría cuando estuvieran fuera del aeropuerto
abarrotado.
Efectivamente,
cuando ya estaban en el coche, hablo.
- Eduardo,
Marta, me temo que he hecho daño a Silvia.
Los miro
por el retrovisor.
- Y
ahora no se qué hacer para que me perdone.
- ¿Que
has hecho, hijo?
En la
voz de Eduardo no había enfado, ni decepción. Solo comprensión. Así que Daniel
les conto toda la historia.
-…y
supongo que no quería quedarse encerrada conmigo en el coche. Por esa razón no
ha venido a recibiros. Lo siento mucho.
Parpadeo
muchas veces, tenía ganas de ponerse a llorar como un crio, aunque se
aguantaba. Tenía que tranquilizarse. Eduardo y marta estuvieron callados un
tiempo, hasta que Marta hablo.
- Tú
quieres a mi hija ¿verdad?
Daniel
suspiro y cerró un momento los ojos.
- Ella
es mi vida, Marta. No sé qué haría si ella no quisiera estar conmigo. Es el
aire que respiro, la luz que me ilumina, y todas esas cosas que suenan cursis,
pero que hacen que se me llene el corazón de amor, solo al pensar en ella. No sé
ni cómo describir como me he sentido estos días, al pensar en el daño que le he
hecho.
Marta le
dio un golpecito afectuoso en el hombro, y tenía una sonrisa misteriosa en la
cara.
- Tu
dale tiempo cariño. Ella sola se dará cuenta de que te necesita. Tu dale unos
días y ya lo veras.
Cuando
llegaron a la casa Silvia los estaba esperando y actuó como si nada, aunque,
solo con sus padres, a él lo seguía ignorando.
Daniel
decidió confiar en la palabra de Marta y los días siguientes se dedico a
preparar una fiesta sorpresa para Eduardo y Marta, que llevaban 20 años
casados. Se lo había comentado a Silvia antes de meter la pata, y ella le
ayudaba, aunque sin hablarle.
Cuando
por fin llego el gran día, Eduardo y Marta estaban increíblemente sorprendidos
y contentos y abrazaron a Daniel y a Silvia, muy emocionados.
Estaban
todos los amigos de Eduardo y Marta, así como familiares y vecinos que habían
venido todos para celebrar este día tan especial. Todos conocían a Daniel y
Silvia, y esperaban que algún día estuvieran juntos, por eso cuando le
preguntaban que ‘cuando iba a ser la boda’ o ‘para cuando les iban a dar unos
nietos a Eduardo y Marta’, el simplemente sonreía, y levantaba los hombros, en
señal de que no lo sabía.
Sabía
que a Silvia le estarían preguntando el mismo tipo de cosas y se le veía más
enfadada por momentos.
Fue en
su busca para ver cómo estaba y decirle que no dejara que le afectara porque
iba a estropear la fiesta de sus padres. Cuando la encontró, vio que estaba
hablando con una de las amigas de Marta.
- Pues
es un chico muy bueno hija, deberías de casarte ya, antes que te lo quiten - el
comentario de la mujer, no le hacía gracia a Silvia que echaba chispas por los
ojos. Ella lo estaba mirando a él, y cuando la mujer se fue y él se acercó.
- Campanilla…
Fue como
si estallara una bomba.
- ¡No
soy Campanilla! ¡Me llamo Silvia! ¡Silvia!
Estaba
hablando tan alto que todo el mundo a su alrededor se quedo en silencio.
- No quiero
casarme contigo, ni quiero tener hijos tuyos – no siento nada por ti. ¿Te
enteras? ¡Nada!
Todo el
mundo estaba paralizado viendo como esa chica tan educada y calladita, perdía
los estribos. Ni siquiera sus padres se atrevieron a moverse.
- Hablas
de comprar una casa y vivir juntos, como si yo quisiera algo así contigo. Pues
entérate Dani ¡no quiero!
- Silvia
cariño…
Su madre
se acercó con cuidado.
- No
mama, no lo defiendas, no digas nada. Esto es entre él y yo.
Su madre
lo miro preocupada.
- ¿Crees
que quiero algo más que tu amistad? ¡Pues te equivocas!
La gente
empezaba a hablar y mientras tanto Daniel aguantaba estoicamente todo lo que
Silvia le gritaba. Estaba al borde de la histeria, y no sabía muy bien como
tranquilizarla. Estaba empezando a llorar.
- Estoy
harta de que intentes seducirme, de que me beses – ¡no me gustan tus besos y no
me gustas tú! Te odio Daniel, te odio con todas mis ganas. ¡Daniel te odio!
Eso fue
lo último que dijo antes de salir corriendo. El no se movió, no podía. Su corazón
se acababa de partir en mil pedazos delante de por lo menos 100 personas.
Intuía que Marta y Eduardo habrían ido detrás de Silvia, pero él no sentía
nada, no veía nada.
No podía
pensar más que en el dolor atroz que le recorría el cuerpo. Y aun así, la
preocupación por Silvia, le hizo reaccionar.
- Les
pido disculpas por lo que acaba de pasar.
La
multitud lo miraba con curiosidad y lastima, como si estuvieran esperando que
se derrumbara. Todos sabían lo que él sentía por Silvia, y podía sentir sus miradas
de pena y compasión. Se aclaró la garganta.
- Silvia
ha estado muy estresada por esta fiesta y creo que los nervios han podido con
ella. Les pido disculpas por la interrupción y les ruego que continúen
disfrutando de la fiesta. Gracias.
La gente
continuo cuchicheando, mientras el intentaba actuar con normalidad, aunque las
piernas apenas le sostenían. No quería arruinarles la fiesta a Eduardo y Marta,
más de lo que ya lo estaba. Podía sentir las miradas de la gente, pero al cabo
de un rato, como el no daba signos de venirse abajo, la fiesta volvió a la
normalidad. Cuando Eduardo y Marta volvieron a la fiesta, el se les acerco
antes de que otra persona lo hiciera. Se dirigió a Marta, - Está bien?
- Si
hijo, Silvia está bien. Un poco avergonzada y triste, pero bien.
Que
todavía le llamara hijo, le dolía. No se merecía esto. Su cara debía decirlo
todo, porque Eduardo añadió - No dejes que te afecte hijo, ella te quiere, pero
esta confusa, y todavía no sabe…
- No os
preocupéis por mí.
Tenía
que parar a Eduardo antes de que empezara a decir que Silvia no hablaba en
serio.
- No
pasa nada, ¿vale? La he agobiado. No volverá a pasar.
Todos
sabían que Silvia no quería saber nada de él, y ahora tenía que curarse las
heridas y obligarse a olvidarla para poder seguir con su vida. Aunque dudaba
que alguna vez lo pudiera lograr.
Aquella
noche, se mudo a su casa recién comprada. Y aquella noche se prometió que nunca
más volvería a intentar estar con ella. O intentar seducirla o ninguna otra
cosa para acercarse a ella. Aquella noche se obligó a olvidarla. Aunque todavía
visitaba a Marta y Eduardo regularmente, era una tortura saber que Silvia
estaba allí, y no poder hablar con ella, no poder verla. Eso lo estaba matando.
Varias semanas después le pidió el traslado a Eduardo.
Pensó
que si no la tenía que ver, si no la tenía tan cerca, se olvidaría de ella.
Aunque pronto se daría cuenta de que ni el tiempo ni la distancia, ni siquiera
la voluntad, podían hacer que se olvidara de Silvia.
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