Volver a celebrar la navidad.
Victoria miro las decoraciones de navidad con asco.
Otro año más, estaría rodeada de gente alegre, celebrando con sus seres
queridos, y ella sola. Yupi. El hipermercado estaba lleno de gente y había
varios Papa Noel esparcidos aquí y allí gritando aquello de ho-ho-ho. Iba de
camino hacia su coche cuando uno de los Papa Noel la intercepto.
- ¡Ho Ho Ho!
Victoria puso los ojos en blanco.
- Si, muy mono. Tengo que irme, ¿me dejas pasar?
Movió el carrito y el Papa Noel se bajo la barba,
riendo a carcajadas.
- ¡Vamos Victoria! ¿Donde esta tu espíritu navideño?
- ¿Roberto?
- El mismo. ¿Que te parece mi nuevo look?
Se dio la vuelta para mostrar el modelito entero y
Victoria tuvo que reír.
- Como dije antes, muy mono. ¿Que haces tu por aquí?
- No siempre soy un aburrido jefe de oficina. - Le
guiño un ojo. - ¿Donde vas con esas compras? ¡Pero si no hay nada navideño!
- No celebro la navidad.
- ¿Como que no?
- Da igual, me tengo que ir...
- Cena conmigo. Nochebuena, cena conmigo.
- No gracias.
- Vic, tu estas sola, yo estaré solo. Podemos
hacernos compañía.
- No creo que sea buena idea.
- Venga va... juro no cantar villancicos.
Victoria sonrió. Su antiguo mejor amigo, disfrazado
de Papa Noel, quería quedar con ella para celebrar la navidad. La cosa no se podía
poner más absurda.
- Anda por favor... te echo de menos.
Y ella a el... Lo había echado de su vida hacia casi
1 año, pero... ¿se atrevía a dejarlo entrar otra vez?
- Esta bien.
- ¡Genial! Pues te espero mañana en mi casa a las 8 ¿vale?
Roberto le dio un rápido beso en la boca, cosa que
no era fácil con esa barriga de Papa Noel de por medio, y colocándose bien la
barba, siguió su camino, gritando ho-ho-ho con una alegría envidiable.
Al día siguiente Victoria estaba nerviosa mientras conducía
hacia la casa de Roberto. El beso que le había dado había despertado
sentimientos en ella que creía haber olvidado. Roberto había sido su mejor
amigo durante años, pero el año anterior, sin saber el como ni el porqué, había
empezado a sentir mas. Y por eso se había distanciado de él.
Aparco delante de la única casa que parecía recién
salida de una película americana, llena de luces navideñas.
La puerta se abrió y ahí estaba el.
- ¡Victoria! Justo a tiempo, ¡el pavo esta casi
listo!
Entro en la casa recibiendo un gran abrazo y
sintiendo mariposas en el estomago.
- Me alegro de que hayas venido.
Los olores navideños de la casa la llenaron de
nostalgia. El olor del pavo en el horno, el árbol de navidad real... y Roberto,
que olía a gloria divina. Sip, muy navideño todo.
La mesa estaba puesta para dos, muy acogedora, y
casi romántica. Roberto se acero a ella con una copa de cava.
- Me vas a contar porque no te gusta la navidad?
- Lo sabes de sobra. Mi ex me dejo en estas fechas.
- Venga ya, tiene que haber algo que te guste de
estas fiestas.
- Si claro, ese pavo que tienes en el horno.
Roberto sonrió y su mirada tenía un brillo travieso.
- Veremos a ver si te puedo hacer cambiar de opinión
con el regalito que tengo para ti.
- ¿Que dices? ¡Nada de regalos! Yo no tengo nada
para ti.
- El que estés aquí es más que suficiente. Ven,
vamos a comer.
Durante la cena, hablaron sin parar, y más de una
vez pensó que si todas las navidades fueran así, no les tendría tanto asco.
Recogieron la mesa y se sentaron delante de la chimenea, absorbiendo el calor
del fuego.
- Bueno, pues llego la hora del regalo.
- Roberto...
Él se movió para ponerse de rodillas delante de
ella. Sacando una pequeña cajita de su bolsillo, la miro directamente a los
ojos.
- Se que dejaste de verme por alguna razón y aunque
no la se, el hecho de no verte todos los días, de no tenerte a mi lado cuando
te necesito, me ha hecho darme cuenta de una cosa. Te quiero, y no puedo vivir
sin ti.
Abrió la cajita y ella jadeo.
- Victoria, ¿quieres casarte conmigo?
Un año después.
Victoria termino de decorar el árbol de navidad. Quería
sorprender a Roberto ya que este no estaba del todo convencido de que ella ya
no odiara la navidad. Además, tenía el regalo perfecto. Oficialmente aun seguían
de luna de miel, ya que se habían casado una semana antes, para poder celebrar
las navidades como marido y mujer.
- Cariño, ya estoy en casa. ¡Vaya! ¿Y ese árbol?
Se acercó a ella, besándola con intensidad.
- ¿Te gusta?
- Mucho.
- Tengo un regalito para ti.
- Pero si aun no es navidad...
- Lo se.
Le dedico una sonrisa radiante.
- Pero te va a gustar, te lo prometo.
Saco la pequeña caja alargada y se la dio.
- Ábrela.
Roberto hizo lo que le decían y la ilusión ilumino
su cara.
- ¿Victoria?
- Enhorabuena cariño, ¡vas a ser papa!
A partir de ese año, a Victoria le encantaba la
navidad. Tenia un marido que la adoraba, un pequeño ser que seria la alegría de
su vida, tenían salud y era feliz. ¿Qué más podía pedir?
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