Whoa.
¿Ese gruñido posesivo realmente acababa de salir de
su boca?
Ella respiró hondo.
- ¿Dónde? Quiero decir, ¿dónde está tu habitación?
- Al final del pasillo.
- ¿Puedo ver...?
- A por ello.
Sheena fue por el pasillo hacia su habitación,
incapaz de ocultar su curiosidad y se quedó inmóvil en la puerta cuando vio
todas las cosas encima de la cama.
Se colocó detrás de ella, tan cerca como pudo sin tocarla.
- ¿Te diste cuenta que hoy es el Día de San
Valentín?
Sus palabras susurradas hicieron que se le pusiera
la piel de gallina, y negó con la cabeza.
- ¿Qué... es todo esto?
- Es... todo. Todo sobre lo que has leído. Todos tus
regalos, las cartas, las flores, aunque estas son frescas, los recuerdos, ya
sabes, cosas como fotos de las vacaciones, las entradas de los museos...
- ¿Lo guardaste todo?
Él se encogió de hombros.
- No podía simplemente deshacerme de todo y… ¿A quién
sino se lo iba a dar?
Ella lo miró por encima del hombro, sorprendida.
- No ha habido nadie en mi vida desde que te conocí,
Sheena.
Sus palabras fueron dichas en voz baja y la mirada
que le dio fue tan honesta y sincera que su corazón dio un vuelco. Se mordió el
labio mirándolo a él y a las cosas que había esparcidas por toda la cama.
- Puedo ah...
Damian sonrió.
- Es todo tuyo, así que sí. Date el gusto.
Él pensaba que iría a por los regalos primero; las
cajas de joyas y esas cosas, como cualquier otra mujer haría, pero ella lo
sorprendió cogiendo las cartas antes que nada.
Se sintió honrado de que ella prefiriera sus
palabras escritas antes que cualquier otra cosa, pero tenía que detenerla.
- Deja eso para el final. Por favor.
Ella le lanzó una mirada inquisitiva, pero asintió
con la cabeza .
- ¿Por dónde empiezo?
- Por cualquier otra cosa.
Ella fue hacia las bolsas de Victoria’s Secret. Su
erección palpitaba dolorosamente, imaginando cómo estaría llevando los
conjuntos de lencería que le había comprado.
Ella se sonrojó mientras abría los bolsos, pero se
quedó sin aliento al revelar las prendas.
- Oh dios...
Había tres en total. Un conjunto negro, uno azul y
uno rojo burdeos.
- ¿Te gustan?
- ¡Son perfectos! ¡No puedo esperar a probármelos!
- Ya somos dos...
Ella jadeo y asintió con la cabeza mientras lo
miraba mordiéndose de nuevo el labio.
Fue hacia las flores, oliéndolas con una gran sonrisa
en su rostro.
- Entonces estos no son los ramos originales.
- Ah, no. Eso es lo único que tuve que tirar.
Ella miró las cosas en la cama y fue a por las cajas
de Tiffany. Ahora que sabía que sus pendientes no eran las baratijas que ella
había pensado...
- Oh, Dios mío, Damian.
Los pendientes habían sido parte de todo un conjunto.
Pulsera, anillo, collar. Todos con el mismo diseño azul del diamante.
Caminó hacia a la cama y se sentó en una de las
esquinas, agarrando otra caja. De Cartier esta vez. La abrió y le mostró un
brazalete delicado de oro.
- Se trata de una pulsera de amor. Es ah... sólo se cierra
y se abre con un tornillo especial. Que solo yo tendré.
- He oído hablar de esas pulseras.
Ella lo miró.
- Siempre he querido una.
Ella guardó silencio después de eso, completamente
abrumada por todo. Ni en sus sueños más esperanzadores, incluso después de leer su diario, podría haber imaginado que algo
así le podría ocurrir a ella. Se moría de ganas de leer las cartas, ya había
sido a través de sus palabras que había aprendido más acerca de este hombre que
la traía loca. Con sus palabras había confesado sus sentimientos por ella. Y
por ello, ella confiaba en sus palabras instintivamente.
Ella quería saber lo que había escrito, lo que él
había querido decirle y se preguntó si hubiese cambiado algo si ella los
hubiese recibido en el pasado.
Por otra parte…, miró la ropa interior que le había regalado
ya que tenía ganas de ponérselos para mostrarle como le quedaban… y poder
llevar las cosas más lejos... empezar por fin algo serio entre los dos…
- Jace puso todas tus cosas en el cuarto de al lado,
así que puedes ponerlo todo donde quieras. Y tu ropa y otras cosas están en ese
armario. Al lado del mío.
- Vaya, eh, sí. Es bueno saberlo. Gracias.
Podía sentir el calor que irradiaba él, en su
espalda. Se había levantado y estaba detrás de ella.
- ¿Vas a dejar que te ponga el brazalete? ¿Aunque
solo yo tenga el poder de ponértelo y quitártelo?
Ella asintió y se dio la vuelta con el brazo
levantado para él. Damian le tomó la mano y se la besó antes de colocar el
brazalete de oro alrededor de su muñeca.
- No podrás quitártelo, lo sabes ¿verdad?
Ella asintió de nuevo. Sólo él podía hacer eso, pero
ella nunca se lo pediría.
Echó un vistazo a la cama otra vez y él se río.
- Lo que realmente quieres es leer las cartas ¿no es
así?
Sheena se mordió el labio y asintió con entusiasmo.
- Esta bien, esta bien. Pero tienes que empezar con
esta.
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